Lorenzo Villalonga no pudo ser nunca santo de la
devoción de la izquierdaza hispana, que a mediados de siglo hizo con la
literatura lo que haría a finales con la educación. En ese ambiente, es normal
que Bearn fuese relegada al segundo puesto en el Nadal del 55 a favor de
El Jarama, novela que uno puede interpretar como quiera pero que no deja
de consistir en una serie de conversaciones banales entre gente banal.
En 1971, ya un poco de vuelta del neorrealismo, la editorial
Anagrama lanzó estos Dos pastiches proustianos, título dado por Herralde
a dos cuentos de Villalonga aparecidos antes en otro volumen. Es, en
efecto, un homenaje a Proust, tanto en la forma como en los personajes. En
busca del tiempo perdido era una mariconada*, sí, pero una mariconada de
cuando la vulgaridad estaba del lado de los que injuriaban a los maricones,
y no de estos mismos: es decir, antes del lobby gay. Alusiones al
asunto homosexual hay también, por redondear el parecido, en estos
"pastiches", que, sin embargo, se apartan del original en su
espíritu: en lo de Villalonga hay un distanciamiento irónico que le da
un aire más bien de parodia que de pastiche. En el primer relato, el propio Proust
intenta vender un coche para inmediatamente echarse atrás ante el interés
mostrado por el vehículo por parte de una de sus amadas platónicas. En el
segundo, el barón de Charlus (personaje de la Recherche, al parecer)
visita Bearn y somete a una prueba psicológica a uno de los sirvientes. Es ese
aire de parodia, sutilmente jocoso, el que hace a Villalonga más
soportable que Proust. Y su brevedad, claro.
*Copyright
by Arturo Pérez-Reverte en una de las múltiples versiones de su artículo
de siempre.