Es posible que Aldous Huxley hubiese leído a Tocqueville.
Lo que este pronosticaba de modo teórico lo ilustra aquel en forma de novela, si
bien exagerando en lo anecdótico.
Por encima [del hombre y su familia] se alza un
poder inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que sean felices y de
velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se
asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a
los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objeto
que fijarlos irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los
ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. Se esfuerza con
gusto en hacerlos felices, pero en esa tarea quiere ser el único agente y el
juez exclusivo; provee medios a su seguridad, atiende y resuelve sus
necesidades, pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales,
dirige su industria, regula sus traspasos, divide sus herencias, ¿no podría
librarlos por entero de la molestia de pensar y del trabajo de vivir?
(La democracia en América, vol. II, parte IV,
capítulo VI)
Con todo, Tocqueville fue optimista al pensar que el
individuo quedaría aislado con su familia. Huxley (más contemporáneo, al
cabo) vio mejor que una de las prioridades del poder en el futuro sería acabar
con la familia. Las prioridades sociales de los últimos gobiernos en
Europa y América no van en otro sentido.
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