Para empezar, ¿en nombre de qué el señor Sunstein o su ex esposa… se
arrogarían el derecho a convertirse en intérpretes de los animales? ¿Cuál de
ellos ha nombrado a estos señores sus representantes en lugar de a
adiestradores, cazadores o incluso a empleados de mataderos que viven día tras
día con ellos y los conocen infinitamente mejor que unos profesores
universitarios anglosajones que
proyectan su miseria afectiva en su pobrecito perrito? [negrita mía].
Estos doctrinarios se esfuerzan en establecer que no hay
diferencia esencial entre el “animal humano” y otras especies. La ciencia
parece que vino en su ayuda cuando reveló que el hombre comparte con el
irracional hasta el 99% del material genético. Un uso particular de las teorías
de Darwin les sirve también como
base. Con razón el médico Raymond Tallis,
citado por Braunstein, observa que
es muy paradójico que sean dos de los descubrimientos más geniales de
la inteligencia humana, la teoría darwiniana de la evolución y las
neurociencias, los que se utilizan habitualmente para demostrar que el hombre
no es más que una bestia.
Nada impide, sin embargo, que ese 1% que diferencia el material
genético del hombre del del animal no represente una diferencia esencial. Y
nuestra propia preocupación por los animales no deja de ser un síntoma de esa
diferencia, ya que, como indica otro autor citado por Braunstein,
…si bien ciertamente somos animales como los demás, somos también
animales con la capacidad de establecer reglas, sobre todo la de no estar
sometidos únicamente a la “ley de la selva”.
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