19 enero 2024

Norte y sur

Margaret ha de dejar su casa de Heldale (sur de Inglaterra, al parecer) cuando su padre, pastor anglicano, presa de unas dudas que no se aclaran mucho, decide abandonar su empleo y marchar al norte, a Milton. Allí el concienzudo clérigo se dedica a dar clases particulares, entre otros al joven señor Thornton, industrial de la zona. Entre Margaret y los Thornton se cruzan conversaciones en torno a la incipiente cuestión obrera y la diferencia entre los modos de vida del norte y el sur. Cuando Thornton contrata irlandeses como esquiroles, los obreros están a punto de lincharlo, pero Margaret, con sus armas de mujer, salva la situación, a costa de una pedrada en la cabeza. A partir de aquí se acentúan los tintes melodramáticos, con la enfermedad y muerte de la señora Hale (la madre de Margaret) y la llegada de Frederick, el hermano mayor, exiliado en España a causa de un motín que protagonizó. La historia de amor está latente, y Elizabeth Gaskell la va desarrollando con buena mano: Thornton está como un cencerro por la damisela pero en ella, que juega a la pastora Marcela (rechazó también a otro pretendiente) hay un amor-odio cuya primera parte permanece oculta salvo para el señor Bell y para el lector avisado. Además hay un malentendido provocado involuntariamente por Frederick, a quien Thornton cree enamorado de Margaret. Paralelamente se desarrolla el conflicto social, protagonizado por Thornton por una parte y por otra por el señor Higgins y el señor Boucher, trabajadores que mantienen posturas diversas ante la huelga que está teniendo lugar: más ponderado Higgins y más exaltado Boucher. Margaret actúa como una especie de ángel mediador entre todos.

La última parte, tras la muerte del padre, se mueve entre la suave nostalgia del sur y los pequeños roces de Margaret con sus parientes, en una muestra más de su recio carácter. Y entonces vuelve él.

Una novela, pues, con ingredientes de folletín: amor, lágrimas, conflictos de clase, pero llevada por una mano que sabe para qué sirve una pluma, y con un buen carácter protagonista. Uno de esos novelones decimonónicos que se cierran, como diría Bécquer, “con una suave sonrisa de satisfacción”.

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