06 julio 2016

Sedal para espías


He recuperado a Bernard Samson tras años, no sé decir cuantos, de haberlo abandonado, quizá por hartazgo de aquellos personajes y de los enredos del departamento de inteligencia británico. No en vano me leí casi seguidos los tres volúmenes de la trilogía "Juego, set y partido", que es de lo mejor que se ha escrito en el género del espionaje, y a poco empecé la nueva trilogía, "Anzuelo, sedal y plomo", pero la dejé en el anzuelo. Tal vez influyó en ello el hecho de que cayera el muro y se acabase la guerra fría, con lo cual el incentivo del contacto con la realidad se vino a esfumar. Pero creo que se trató más bien de empacho.

De hecho, en Sedal para espías no te encuentras nada nuevo, pero sigue funcionando el atractivo de los manejos de espías y contraespías, con esa mezcla de realismo y azares aventureros que caracteriza al género desde John Le Carré. Len Deighton da más cancha también a las relaciones familiares y humanas en general, de modo que los dolores y gozos de los personajes, delineados sobre todo a través del diálogo, terminan de dar volumen a la trama. Te encuentras a viejos conocidos que sin embargo se complacen en revelar nuevas caras, salen conejos de la chistera, o mejor dicho serpientes, porque por supuesto la muerte está apostada en las esquinas... y Bernard Samson, el hombre, no se cura de espanto ni decide ponerse a trabajar de peón, tal vez porque ni eso asegura el pellejo de alguien que alguna vez ha estado al servicio de Su Majestad Británica, que diría el otro.

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