La querencia de la izquierda de hoy por el islam tiene igual
motivación que su cruzada a favor de los derechos de los animales. No, no es
una gracieta de mal gusto. En ambos casos se trata, aparentemente, de exaltar
algo, cuando la intención es, en realidad, degradar otra cosa. Al promover a
los irracionales (los brutos, como decían los clásicos) al rango humano, lo que
se acaba consiguiendo es que se considere al ser humano como un animal más, al
que se pueda apiolar cuando es viejo y molesta, por ejemplo. Las muestras de
favor al Islam, por su parte, ocultan muy mal la tirria al cristianismo. Se
trata de igualar lo inigualable para que la mejor parte pierda. Cristianismo,
islam, ocurrencias de la gente sencilla, muy respetables siempre que no
salpiquen.
Inigualable, sí. La libertad religiosa, es cierto, ampara a
cualquiera para que practique la religión que le venga en gana. En esa igualdad
estamos conformes. Pero ni por lo que han aportado a la humanidad, ni por su
concepto de la dignidad del hombre, ni por razones históricas y culturales en
el caso de España y Europa, pueden nivelarse el cristianismo y el islam. Uno
puede dejar que los musulmanes anuncien su ramadán a bombo y platillo, si
quieren, pero resulta desquiciado que un ayuntamiento español ponga luminosos
en las calles para celebrarlo, como si se tratara de la Navidad, que forma
parte de nuestro ser más que los toros, el Quijote o el pincho de tortilla.
Es más: quienes felicitan el ramadán son del mismo
tronco ideológico que los que piensan que un árbol de Navidad ofende a los
musulmanes. ¿Qué se pretende, pues, con esas efusiones? Efusiones que son,
además, de todo punto ridículas. ¿Alguno de ustedes ha felicitado alguna vez la
Cuaresma? Se felicita el tiempo de fiesta y jolgorio, la Pascua por ejemplo,
pero no un período de penitencia. De hecho parece casi una ironía macabra:
hale, hale, Yusuf, que disfrutes de tu ayuno. Como para que te hinchen un ojo.