No comparto el entusiasmo de tantos lectores, y en
particular del editor Muchnik, responsable de esta edición, por Guerra
y paz. Hay páginas y páginas de paz y otras tantas y tantas de guerra
que son de tipo más documental que novelesco y exigen una gran paciencia del
lector. Pero estoy convencido de que se trata de una limitación mía, que
esperaba mucha más novelería del autor de Anna Karenina. Es al final de
la obra cuando aprecias la grandiosidad de esta novela-universo; pero te pilla
cansado, tan cansado...
Quizá es un síntoma de su grandeza el hecho de que no fuera
capaz de fragmentarla, como otras. Había pensado apurar una parte y e ir
difiriendo las demás para sucesivas temporadas, pero me di cuenta de que eso me
iba a hacer perder perspectiva, que una vez dentro había que llegar al final de
una tacada.
De esta novela panorámica de la que tanto se podría comentar
me llama la atención el personaje de Pierre Bezujov, ese escéptico que roza el
nihilismo y llega a parecer un personaje de novela del siglo XX; pero cuyo
final no se diluye en la nada, como suele suceder en estas, sino que acaba en
un encuentro con Dios nada ingenuo ni artificial, sino como resultado de un
peregrinaje dantesco por el infierno y el purgatorio en la tierra. No es, pues,
un final feliz forzado, como podría pensarse, sino tan realista como el resto
de la novela.
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