14 junio 2014

Tubular Bells


Puesto a hacer largos viajes en solitario, discos como este son los más adecuados para transitar por puertos de montaña. "Fluctuante, etérea, onírica", son adjetivos que le colgaron algunos a la música de Mike Oldfield, y mucho de eso hay, ciertamente, así que le pega bien a un paisaje grandioso. Serviría también para relajar en la autovía de Extremadura, pero no es lo mismo.

Estoy hablando de un clásico, así que para los detalles véase wikipedia. A mí me lo dio a conocer un compañero de colegio y quedé inmediatamente seducido, a pesar de oírlo en un casete de mala muerte. Sorpresa añadida fue enterarse de dónde habían sacado la sintonía de Torneo, el mítico programa deportivo de Daniel Vindel. Pero aquella era, supongo, la versión orquestal que se hizo poco después. Desde luego, en Tubular Bells sonaba muy diferente.

Parte del encanto de Tubular Bells es que se trate de una pieza indivisa, salvo por el imperativo de las dos caras. Pero uno se dejaba fascinar también por los cambios de tema, que podían ser bruscos, como el que da paso a esa especie de polka final, o lo que sea. Desde luego, lo que yo siempre esperaba con ansia era la llegada de esa parte salvaje de la segunda cara que se diría la agonía del propio Satanás. De hecho, cuando supe que habían utilizado Tubular Bells en El exorcista, pensé que sería esa parte la elegida. Luego resultó que era la primera, esa cadencia monótona que todos recordamos.

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