Puesto a hacer largos viajes en solitario, discos como este
son los más adecuados para transitar por puertos de montaña. "Fluctuante,
etérea, onírica", son adjetivos que le colgaron algunos a la música de Mike
Oldfield, y mucho de eso hay, ciertamente, así que le pega bien a un
paisaje grandioso. Serviría también para relajar en la autovía de Extremadura,
pero no es lo mismo.
Estoy hablando de un clásico, así que para los detalles
véase wikipedia. A mí me lo dio a conocer un compañero de colegio y quedé inmediatamente
seducido, a pesar de oírlo en un casete de mala muerte. Sorpresa añadida fue
enterarse de dónde habían sacado la sintonía de Torneo, el mítico
programa deportivo de Daniel Vindel. Pero aquella era, supongo, la
versión orquestal que se hizo poco después. Desde luego, en Tubular Bells
sonaba muy diferente.
Parte del encanto de Tubular Bells es que se trate de
una pieza indivisa, salvo por el imperativo de las dos caras. Pero uno se
dejaba fascinar también por los cambios de tema, que podían ser bruscos, como
el que da paso a esa especie de polka final, o lo que sea. Desde luego, lo que
yo siempre esperaba con ansia era la llegada de esa parte salvaje de la segunda
cara que se diría la agonía del propio Satanás. De hecho, cuando supe que
habían utilizado Tubular Bells en El exorcista, pensé que sería
esa parte la elegida. Luego resultó que era la primera, esa cadencia monótona
que todos recordamos.
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