Hay elementos en las novelas de Chandler que se han
convertido en tópicos. Personajes, situaciones, es fácil imitarlos e incluso
parodiarlos (recuerdo al pato Lucas ataviado con sombrero y gabardina, mirada
grave y manos en los bolsillos, a las puertas de una mansión señorial donde
será recibido por la mujer fatal de guardia, narrando él mismo en off).
Pero el toque de genio no se reproduce así como así. Está en todo: diálogos,
descripciones, comentarios al margen, presentación de personajes, dosificación
del sarcasmo.
Y hablando de sarcasmo, la dama del lago no es aquí una
pálida aparición rubia con una espada en la mano, sino el repulsivo cadáver de
una mujer de dudosa identidad, por más que la identifique un borrachín de
fiabilidad más dudosa aún. La trama avanza, como siempre, a golpe de
intuiciones del protagonista y de fisuras en el comportamiento de los malos. Y como siempre, al
final, Marlowe acaba destapando los sepulcros blanqueados para
que quede al descubierto la podre y nadie se llame al autoengaño. Ese parece
ser el sentido de su vida, no por modesto y sucio menos necesario.
Al hablar de La dama del lago es inevitable recordar
su adaptación cinematográfica, esa de la cámara subjetiva, donde vemos por los
ojos del protagonista. Robert Montgomery hace un buen Marlowe, a pesar
de su apariencia campechana. Me convencen menos las mujeres, en las que no hay
visos de esos cabellos que "brillaban
con un lustre perverso", por ejemplo.
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