13 octubre 2013

La dama del lago


Hay elementos en las novelas de Chandler que se han convertido en tópicos. Personajes, situaciones, es fácil imitarlos e incluso parodiarlos (recuerdo al pato Lucas ataviado con sombrero y gabardina, mirada grave y manos en los bolsillos, a las puertas de una mansión señorial donde será recibido por la mujer fatal de guardia, narrando él mismo en off). Pero el toque de genio no se reproduce así como así. Está en todo: diálogos, descripciones, comentarios al margen, presentación de personajes, dosificación del sarcasmo.

Y hablando de sarcasmo, la dama del lago no es aquí una pálida aparición rubia con una espada en la mano, sino el repulsivo cadáver de una mujer de dudosa identidad, por más que la identifique un borrachín de fiabilidad más dudosa aún. La trama avanza, como siempre, a golpe de intuiciones del protagonista y de fisuras en el comportamiento de los malos. Y como siempre, al final, Marlowe acaba destapando los sepulcros blanqueados para que quede al descubierto la podre y nadie se llame al autoengaño. Ese parece ser el sentido de su vida, no por modesto y sucio menos necesario.

Al hablar de La dama del lago es inevitable recordar su adaptación cinematográfica, esa de la cámara subjetiva, donde vemos por los ojos del protagonista. Robert Montgomery hace un buen Marlowe, a pesar de su apariencia campechana. Me convencen menos las mujeres, en las que no hay visos de esos cabellos que "brillaban  con un lustre perverso", por ejemplo.

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