Villefort está a punto de enterrar injustamente a Dantés en
la cárcel. Dumas hace de conciencia.
Si en aquel momento hubiera resonado en sus oídos la
dulce voz de Renée para pedirle piedad, si la heremosa Mercedes hubiera entrado
y le hubiera dicho: "En nombre de Dios que nos mira y juzga, devuélvame a
mi novio", sí, aquella cabeza medio doblegada por la necesidad se habría
inclinado del todo, y con sus heladas manos habría firmado sin duda, a riesgo
de aceptar todas las consecuencias que aquello podía acarrearle, la orden de
poner a Dantés en libertad, pero ninguna voz murmuró en aquel silencio y la
puerta se abrió sólo para dejar entrar al ayuda de cámara de Villefort, que
llegó a decirle que los caballos de posta estaban enganchados al calesín de
viaje.
(En El conde de
Montecristo, por supuesto)
Oh, no, ninguna voz murmuró. A los inocentes suele faltarles
esa resolución, y así las injusticias se consuman.
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