Dos historias protagonizadas por dos personajes que podrían
haber sido el mismo: un personaje muy del gusto de Carlos Pujol, con una
inteligencia superior a la media y unas maneras exquisitas, pero abúlico y escéptico, con
un escepticismo que le lleva a quedar en un plácido anonimato. El don Pablo de
la primera y el Manuel de la segunda ven pasar la historia y prefieren que no
les salpique. Se diría que su visión es panorámica y saben lo que pueden dar de
sí las aventuras, las revoluciones y las ideologías.
Viven de hecho en dos momentos fuertes de la historia
contemporánea: la unificación italiana y la segunda guerra mundial. No sé hasta
qué punto hay intención de sugerir un eterno retorno de las ambiciones
políticas; lo cierto es que están ahí sirviendo de fondo a las historietas
privadas. Que tampoco presentan grandes sobresaltos: don Pablo ha viajado a
Roma para no hacer nada, su sueño dorado; y se relaciona con extranjeros como
él que tampoco se matan: discuten, se enamoran, hasta juegan a espías alguna
vez. Manuel huye de una España grandilocuente para encontrar una Italia similar
y contemplar asombrado las excentricidades de su hermana. Son encantadores,
todos. Les envidio la serenidad y la mirada amable sin ingenuidad y desengañada
sin amargura. Al final, hacen más bien a sus prójimos que los figurones
históricos del fondo.
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