Hace tiempo que tenía curiosidad por este libro, hoy
completamente olvidado. El título viene a cifrar lo que para Joaquín Aguirre Bellver es una de las esencias del cristianismo, es decir, la virtud
de la esperanza. La primera parte del libro, de hecho, se dedica a mostrar cómo
el cristianismo vino a liberar al hombre de la prisión del eterno retorno, una
creencia común a la mayor parte de las civilizaciones antiguas. Frente a ese
eterno retorno, Cristo nos otorga la posibilidad de la salvación, de la
vida eterna, constituido en definitivo sacerdote que entierra a los burócratas
de la angustia, como llama el autor con feliz expresión a todos los
sacerdotes de los viejos ritos. Nunca más, pues, encerrados en un círculo sin
sentido, sino destinados a un trascendente más allá que nos ha de colmar (beatus
significa colmado, realizado, dichoso, cosa que no dice el autor pero que me
gusta recordar)
Aguirre Bellver, cronista político al fin, no puede
evadirse de su circunstancia, la España de 1983, con el terrorismo de ETA en su
apogeo, la cual le sirve para ilustrar sus reflexiones en torno a las virtudes
cristianas y su reverso, llegando a veces al pegote, como sucede en un capítulo
que es ampliación de una conferencia suya. Por otra parte, sus ideas
tradicionalistas le juegan una mala pasada cuando critica la doctrina de la
santificación del trabajo, que él entiende prácticamente como cooperación al
mal, por coadyuvar al mantenimiento del capitalismo, enemigo, como el marxismo,
de la religión de Cristo. Me pregunto qué idea tenía de la vida de los primeros
cristianos.
Pero esto no es más que un pequeño bache en una exposición
por lo general brillante, centrada en el vuelco que supusieron para la
humanidad las tres virtudes teologales. La fe y la esperanza no serían sino
adhesión a la vida, identificada con Cristo, vencedor de la muerte. Y la
sustancia de esa vida es la caridad, que supera los guetos y las catacumbas
para ir al encuentro de todo hombre.
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