Cómo se reía todo el mundo cuando una ganadora de Gran
hermano fue incapaz de decir el nombre de los Reyes Católicos, el
año en que empezó la guerra civil española o las naciones que componen la
Península Ibérica. Y no sé de qué se reían. Al fin y al cabo, estamos ante una
chica educada con métodos innovadores, alejados del aprendizaje memorístico y
de la mera transmisión de conocimientos. ¿Por qué tendría que aprender esas
cosas? Hoy "el conocimiento, con un clic, está al alcance de todos";
"cualquiera puede conocer en segundos la fecha de la muerte de Napoleón
o la raíz cuadrada de 5360".
Tales estupideces vienen repitiéndose como un mantra desde
hace años, pero no esperaba encontrármelas en la revista Misión, que las
vende (es un decir, porque la revista es gratis) en un reportaje sobre
"innovaciones educativas", en perfecta sintonía con las teorías
pedagógicas norteamericanas de principios del siglo XX y con la LOGSE española,
por supuesto. No enseñes contenidos, fomenta la creatividad y las destrezas
(las competencias, se prefiere hoy). No me cabe duda de que las
destrezas y competencias de Laura le permitieron ganar el concurso de marras y
embolsarse una pasta bonita, ni de que en cuanto llegó a su casa corrió a hacer
clic para informarse del nombre de los Reyes Católicos.
La fascinación paleta por las nuevas tecnologías está
alcanzando cotas alarmantes. Seamos serios: los que estudiamos en la época
pre-internet también teníamos información disponible, quizá no a un clic, pero
sí a poco que nos molestáramos en consultar bibliotecas, hemerotecas o a alguno
de esos viejos profesores (¿Dámaso Alonso, Menéndez Pidal?)
idiotizados, hay que suponer, con aprendizajes memorísticos. Pero una cosa es
la información y otra la formación, que incluye el estudio. Podríamos haber
aprendido que 6 por 8 son 48 haciendo montoncitos de chinas en lugar de repetir
como papagayos la tabla de multiplicar; sólo que habríamos tardado treinta años
en terminar el bachillerato.
Sí, cuando me presenté a una oposición y me preguntaron por
el Libro de Buen Amor pude haber respondido "déjeme usted quince
minutos en la biblioteca del centro y le tengo resuelta esa cuestión". Tal
vez las horas que pasé estudiando las características del estilo barroco me
inhibieron las destrezas y las competencias. Esas que no me habrían servido
para licenciarme en Filología pero sí para ganarme la vida como bufón de masas.
Oh, Laura, producto acabado de la innovación educativa. Todos los pioneros son
incomprendidos.
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