La experiencia ha demostrado de modo irrefragable que la
gestión estatal es menos eficaz que la privada. ¿Qué sentido tienen, pues, las nacionalizaciones?
Principalmente el de desposeer, o sea, el de satisfacer la envidia igualitaria.
También es un hecho que la inversión particular es mucho más rentable e
innovadora y crea más puestos de trabajo que la pública no subsidiaria.
Entonces, ¿por qué se insiste en incrementar la participación estatal en la
economía? En gran medida, para despersonalizar la propiedad, o sea, para
satisfacer la envidia igualitaria. Es evidente que la mayor parte del gasto
público no crea capital social, sino que se destina al consumo. ¿Por qué,
entonces, arrebatar con una fiscalidad creciente a la inversión privada
fracciones cada vez mayores de sus ahorros? También para que no haya ricos, es
decir, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo justo es que cada ciudadano
tribute en proporción a sus rentas. Esto supuesto, ¿por qué, mediante la
imposición progresiva, se hace pagar a unos hasta un porcentaje diez veces
superior al de otros por la misma cantidad de ingresos? Para penalizar la superior
capacidad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo equitativo es que
las remuneraciones sean proporcionales a los rendimientos. En tal caso, ¿por qué
se insiste en aproximar los salarios? Para que nadie gane más que otro y, de
este modo, satisfacer la envidia igualitaria. El supremo incentivo para
estimular la productividad son las primas de producción. ¿Por qué, entonces, se
exige que los incrementos salariales sean lineales? Para castigar al más
laborioso y preparado, con lo que se satisface la envidia igualitaria. Y así
sucesivamente.
Gonzalo Fernández de la Mora, La envidia igualitaria
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