14 enero 2008

Viaje al fin de la noche


Largo se me ha hecho este viaje, proclamo. Y penoso. Como hacer un viaje de verdad junto a un amargado que no supiera tener la boca cerrada. Bardamu, el protagonista, es el modelo más acabado del artista posmoderno, o tardomoderno, sumido en el absurdo. ¿Dije Bardamu? Más bien Céline, pues su criatura no es un artista. Bien, en todo caso, hallamos en esta oscura y larga noche el pesimismo existencial en una de sus expresiones más brutales. Creo que lo más cercano que tenemos en español es Baroja, tanto por la visión del mundo como por el estilo cortante y desgarrado.


Lo más terrible es que todo lo que nos expresa Céline en esta obra de 1931, o por ahí, se ha banalizado a la altura de 2006. Su desprecio del heroísmo, de amor al prójimo, de toda razón para vivir que no sea la de la satisfacción momentánea está al cabo de la calle, lo que hace temer que hemos alcanzado el punto más negro de la noche (el cabo de la noche, que sería la traducción más exacta) ya no en mentes selectas, sino al nivel de la masa.


Sin embargo, Céline no deja de ser eso, una mente selecta. Y por eso deja asomar, al final de la novela, un resquicio para el amor como ultima ratio. Con su compañero moribundo en los brazos, Bardamu le besa, convencido de que "en esos casos, es lo único que puede hacerse sin temor a equivocarse".


Nota redactada en noviembre de 2006