no es sino la continuación del berreo por otros medios. El adolescente consentido (hijo solo tal vez, o al menos deseado junto con su hermanita y en detrimento de quién sabe cuántos) se prolonga en su cacharrete, y los acelerones que le prodiga tienen algo de las caricias de la niña a su muñeca, aunque mucho más caros, y sin el componente maternal; más bien con algo de rabieta de rey de la casa en crisis de autoestima.
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