He leído muchas veces que Las veladas de San Petersburgo es una defensa cerrada del tradicionalismo político. No hay tal. Se trata, sin más, de una apología de ciertas cuestiones de doctrina cristiana, y no me extraña que los colegios de jesuitas lo entregaran como premio a los alumnos aplicados, tal como informa Rafael Conte en el prólogo de esta edición de Austral. A veces, sin embargo, se trata más de creencias (efectivamente) tradicionales que de puntos de doctrina cristiana propiamente dicha. Me refiero, por ejemplo, al empeño que pone Joseph de Maistre en demostrar que todo mal es consecuencia de alguna culpa personal. En el Evangelio yo he leído, sin embargo, que un ciego no es más culpable que los que gozan de la vista y que todo su mal es consecuencia del primer pecado (cosa reconocida también, a decir verdad, por de Maistre; pero su extremismo le lleva a radicalizar este punto de vista).
He dicho extremismo, y quizá diga mal. Es una acusación lanzada con demasiada frecuencia contra el conde por parte de quienes verían con más agrado cierta contemporización, cierto centrismo, diríamos hoy. Lo que hay en de Maistre es habilidad verbal, contundencia, mordacidad. Viene a ser el Voltaire del tradicionalismo, y por eso las hirientes palabras que dedica a François-Marie Arouet. Si se hubiesen enfrentado, es posible que hubiesen llegado a las manos. Pero es bueno tener a un de Maistre para compensar a un Voltaire.
Nota redactada en noviembre de 2002.
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