Edgardo Poe es, en cierto sentido, un caso recíproco al de Federico Nietzsche. Éste exalta muy turbiamente las visiones claras. Aquél narra con gran lucidez las aventuras misteriosas.
Si hubiésemos de buscar, no diré un Padre, pero siquiera un Tío para ciertas preferencias ideológicas del Novecientos, no le hallaríamos en el turbio exaltador -como se ha afirmado tantas veces con ligereza-, sino en el narrador lúcido.
Dictar las tablas del Clasicismo entre rayos y truenos y zarzas ardientes, es obra de romanticismo. Colonizar algunas islas de misterio y sujetarlas al imperio de la razón, es obra de clasicismo. Téngase presente.