06 febrero 2024

Pirados

He venido escuchando una entrevista de Aceprensa con el doctor Miguel Ángel Martínez acerca de las enfermedades mentales de los adolescentes. Ya había barruntado yo algo en estos últimos treinta años, pero parece ser que el problema es más grave de lo que se percibe a simple vista, al menos por la extensión del daño. El doctor culpa en primer lugar a los móviles, con lo que parece que las consecuencias del abuso de este cacharro (el sonajero de adultos, como lo llamaba el profesor Tapia) van más allá de la pérdida de atención. Pero está por medio también la desestructuración familiar, claro, y esto, creo, es más grave que lo de los móviles por cuanto que no se quiere ver. Bueno, en las sesiones de evaluación es frecuente, cuando se trata de dar alguna explicación del mal comportamiento o de los malos resultados, escuchar: “sus padres están separados”. O sea, que, en el fondo, se admite, pero nadie quiere apostar, al menos desde los gobiernos, por políticas de fortalecimiento de la familia. Ni predicar con el ejemplo, porque buena parte de los asistentes a esas sesiones están en la misma situación, con o sin chicos zumbados. El doctor Martínez se muestra también partidario de hablar claro a los adultos que se hallan en esas situaciones irregulares: al fin y al cabo, viene a decir, nadie se corta un pelo para decir al prójimo que no le convienen tantos dulces, o tanto tabaco.

Luego abro el número de diciembre de la revista La antorcha y resulta que es un monográfico sobre la salud mental. Y estamos en lo mismo: los adolescentes y sus neuras, unas de verdad y otras provocadas por esa tendencia actual a patologizar cualquier estado de ánimo más o menos triste. Pero todas derivadas de la confrontación con ese absurdo que es el mundo tal como lo presentan. Es como si a nosotros lo sesentones nos meten de repente en el escenario de la película Tron, o simplemente en un videojuego: ¿qué hago yo aquí?, ¿cómo se sobrevive en este mundo de dos dimensiones?