20 marzo 2023

La libertad, ¿para qué? (y IV)

La última conferencia, “Nuestros amigos los santos”, resulta tan anticipadora como las anteriores. Se refiere Bernanos a la cuestión del sufrimiento y dice que la inteligencia es más cruel que la naturaleza, pues “no tendrá piedad, no solo de los elementos sospechosos de producir menos de lo que consumen, sino también de todo el que no piense de acuerdo con la monstruosa conciencia colectiva…” Se cuida de aclarar que se refiere a “esa forma degradada de la inteligencia que se llama la técnica”, y una técnica, podríamos añadir, manejada por los que han expulsado a Dios como fundamento. Estos, continúa el autor, lo que hacen es rechazar el sufrimiento que no causan ellos en su afán de rediseñar el mundo.

¿Cuántos otros no buscan en su rebelión contra el sufrimiento sino una justificación más o menos disimulada de su indiferencia y de su egoísmo para con los que sufren [piénsese, de nuevo, en la eutanasia]? ¿Cómo se explica, si no, que precisamente los hombres que aceptan con más humildad, sin comprenderlo, ese escándalo permanente del sufrimiento y de la miseria, sean casi siempre los que se entregan con mayor dedicación y ternura a los miserables y a los que sufren…?

Los santos se enfrentan al misterio del dolor con todos los resortes de su alma, no solo con la inteligencia. Son capaces de oír a Dios que les dice:

“Perdóname. Un día tú sabrás, comprenderás, me darás gracias. Pero ahora lo que espero de ti es tu perdón. Perdóname.”

(Aquí Bernanos se muestra en extremo audaz, pasando del Dios que perdona, ya de por sí sublime, a un Dios que pide perdón. No sabríamos qué tendría que decir la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero en todo caso entra dentro de la lógica del amor de Dios, que rompe todo límite: una vez más, “el amor tiene esas cosas”)

Estos santos son la Iglesia invisible formada por los que auténticamente están en comunión con Cristo. Pero para nada esta Iglesia invisible se opone, ni quiere ella estar al margen, de la Iglesia visible, aquella que a veces nos da tantos pesares. De hecho, es curioso que

…los más cualificados para escandalizarse de los defectos, de las deformaciones o hasta de las deformidades de la Iglesia –quiero decir los santos– sean precisamente los que jamás se lamentan.

Cuanto más lejos nos hallamos de la santidad, tanto más incapaces somos de ver más allá de los defectos. El santo no es un superhombre, sino aquel que trata de acercarse lo más posible al perfecto hombre, es decir, Jesucristo. Y no es casual, supongo, que los editores hayan reservado esta conferencia para el final. Después de tantas advertencias sobre los nubarrones totalitarios, se ofrece la solución.

Los moralistas consideran a menudo la santidad como un lujo. Pues bien, es una necesidad […] La hora de los santos es siempre.

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