Hablan sobre sus familias y sus amistades (Carmen Conde está especialmente
presente), como es natural, pero nos interesan más, por supuesto, las noticias
sobre los libros que leen y escriben. Resulta interesante, sobre todo, el
despego con que habla Carmen de su
segunda novela, La isla y los demonios,
que tiene en proceso de escritura durante estos años. Escribe, dice, casi por
necesidad, pero no la convence nada el resultado. Curiosamente, la crítica
estuvo de acuerdo. Yo no puedo decir nada porque aún no la he leído. Con estos
antecedentes, apetece poco, sobre todo teniendo en cuenta que es más bien
voluminosa.
La fe cristiana las sostiene a ambas, a Elena en su enfermedad y a Carmen
en su inseguridad palpable. Aunque no le gustan los libros místicos y prefiere
la sublimidad del Evangelio, Carmen
nos da noticia también de algunos libros de autores cristianos que sí le dicen
algo, como La destinación del hombre
de Berdiaev. Además, en estas fechas
sucede ese deslumbramiento paulino del que da fe, en parte, en La mujer nueva, y que aquí relata en
primera persona:
Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en su misma Esencia.
Ya no es que no haya dificultad para creer, para entender lo inexpresable… Es
que no se puede no creer en ello.
[…]
La Virgen y los santos y los dogmas todos de la Iglesia se acercan a
uno, están dentro de uno. No puedo desear otra cosa en la vida que el que los
que yo quiero tengan esta sensación infinita… y todos, todos los hombres,
Elena. ¡Si la pudieran tener!
Fue la deportista Lilí
Álvarez, según manifiesta la propia Laforet, quien tuvo que ver en ese
acercamiento a la fe, previo al golpe de gracia. Interesante personaje, del que
sería bueno saber más. A ver si un Juan
Manuel de Prada o algún otro, en vez de torrarnos con gimnastas lesbianas, nos
ofrecen algún acercamiento biográfico a esta figura.
__