La libertad, ¿para qué? ¿Para qué, imbéciles? Dejadme un poco de
tiempo, trabajad duro, y en seguida me ocuparé de vosotros por entero, os
aseguraré contra toda clase de riesgos (excepto el de la pérdida de la libertad,
claro), os casaré, educaré a vuestros hijos, ¿qué más podéis pedir? La
libertad, ¿para qué? Ya que soy yo el que tomaré el trabajo de pensar por
vosotros, podría ser muy bien libre en lugar vuestro.
Nos parece oír hablar a los diseñadores de ciudades quince
minutos, a los ministerios celestinescos, a las secretarías de menús ecológicos
o los ayuntamientos que acotan ciudades. “Está claro que quedan por todas
partes focos de infección totalitarios en el mundo”, observa Bernanos. Más que quedar, empezaban a
prender. “¿Está hecha esta civilización para el hombre, o pretende hacer al
hombre para ella, a su imagen y semejanza…?” Pregunta retórica, claro. Por
cierto, no se priva Bernanos de
hacer tampoco aquí profesión de su ya acreditado chauvinismo, al referirse a
Francia como “la más alta y pura expresión histórica” de la “tradición
universal”. En fin…
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