25 marzo 2020

Milicianos, -as


Las chicas venían pegando. Pertenecían a unas compañías formadas bajo la bendición y revista de La Pasionaria. “Pelo teñido, mucho carmín, desenfado en los ojos. Y grandes ojeras.

“--¡Desnúdense!

“Abrieron los ojos con sorpresa.

“--¡Desnúdense!

“—Con que se levanten las faldas es suficiente, comandante.

“Y ellas se levantaron las faldas. Castro [dirigente comunista] se volvió de espaldas. Y esperó a que el capitán se dirigiera a él.

“—Siete con gonorrea, comandante.

“—Siga ya solo, capitán.”

El informe que le entregaron fue desastroso: “Doscientos milicianos enfermos e inutilizados para combatir por un largo período… De doscientas milicianas reconocidas, el 70 por 100 padece de enfermedades venéreas… “¡Hijas de p…! ¡Debería fusilar a unas cuantas!”, pensaba Castro. Entonces se fue a ver a La Pasionaria, a la que llama “la santa roja”. Doña Dolores dijo que aquello era una maniobra de Castro y defendió a las chicas. Castro le hizo una buena pregunta, con el permiso de la santa: “¿Por qué entre los combatientes y las putas das preferencia a estas últimas?” Hubo portazos, pero Castro, de momento, se salió con la suya. En el cuartel reunió a la banda del gonococo. El cuartel, por eso de que el partido comunista siempre ha sido respetuoso con los católicos, ocupaba, entre otras edificaciones, una iglesia. Castro se subió al púlpito y desde allí preguntó:

“--¿Queréis saber por qué os echo?

“Silencio.

“--Por putas; oídlo bien, por putas.”

Y la arenga, precisa, dura, bienintencionada, fue todavía mucho más expresiva. Castro pensaba en que su revolución empezaba a ser “seda. Sífilis. Cornudos al por mayor; y prostitutas en serie”.

Durruti no habló tanto. Cargó en Bujaraloz un tren con rameras y homosexuales. Se fue para la estación con su escolta, mandó correr, por turno, las puertas. Y disparó hasta hartar. No dejó ni una. Ni uno. Gironella lo cuenta, muy bien, por cierto.


De Rafael García Serrano, Diccionario para un macuto, s. v. "Milicianos". Las frases entrecomilladas pertenecen al libro Hombres made in Moscú, de Enrique Castro Delgado.