El expediente 113 es un folletín con todas las de la
ley, en su variante polícíaca, que ha quedado como uno de los clásicos del
género detectivesco. Hablo de lo que me ha permitido leer la editorial
Bruguera, claro, que, como ya dije aquí, nos ha podado por nuestro bien toda la
hojarasca que, "siguiendo la moda de su tiempo", había introducido Émile Gaboriau.
Y dijeron que era costumbre en las ediciones modernas. Luego fui a la de Anaya
y vi que no había tal, pues esta estaba completa.
En fin, la trama en este caso quebranta una de las normas
que estableció S. S. Van Dine para el relato policíaco, y una de las que
más se suele observar: que el crimen a investigar no debe ser inferior al
asesinato. Aquí se trata de un robo, pero un robo que supone cárcel y descrédito
para un joven y fiel empleado al que se acusa del delito. La estructura es
clásica, con su descripción minuciosa del lugar de los hechos y de su posible
cronología, seguida de las andanzas del detective. El cual no es de los de pura
deducción, a lo Poirot o Philo Vance, sino además de acción, como corresponde a
un buen folletín. Se trata del sin par Lecoq, que es asimismo un maestro del
disfraz, cosa muy folletinesca también.
Y hay trama amorosa, en la que hallamos tanto a la doncella
atribulada como a la muchacha de vida alegre que acaba siendo muy
desgraciada. Y un pasado escabroso con hijo ilegítimo de por medio que se
revela como la clave de todo el asunto.
¿Y suplantaciones de personalidad? ¡También! Diría que no falta de nada si no
fuera porque no sé lo que me han quitado.
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