Es una frase de Trotsky que Celestino, el protagonista
de El caos y la noche, había repetido
con frecuencia. Y sigue meditando el narrador siguiendo la mente de
Celestino (¿y la de Montherlant?):
Ni la caída de Franco, ni la conquista del mundo por el
comunismo, ni la guerra general, ni la explosión del planeta bajo la bomba atómica,
nada tenía la importancia de esto: que iba a morir, que no había esperanza y que su muerte era inminente. Esa cosa de
la que tanto se hablaba, de la que él había hablado tanto toda su vida, la que
había sembrado hasta la saciedad sin un escrúpulo, a la que se había expuesto hasta la saciedad sin una vacilación, esa cosa estaba allí.
Dejar de existir: la cosa más banal y la más increíble, la más inverosímil. Y superaba
en importancia a todo cuanto existía en la realidad y en el pensamiento, no tenía
proporción alguna con todo lo que existía y todo lo que se podía concebir: un
desastre sin comparación con cosa alguna. Lo que parecía tan poco importante en
su juventud y en su edad madura tenía ahora una importancia aterradora, era lo único
que importaba.