“…son las nuevas generaciones, las más
alejadas del conflicto que hirió nuestra convivencia en el siglo XX, las que
han resucitado con pasmosa inconsciencia el discurso cainita, el rencor
retroactivo de la catástrofe".
No con tan
pasmosa inconsciencia, Ignacio Camacho.
No es tan sorprendente que haya prendido en esas nuevas generaciones “la chispa
de la ruptura civil que la Transición dejó apagada por miedo o por cordura”. De
hecho llevaba años preguntándome por qué no habían saltado ya. A esas
generaciones las han alimentado intelectualmente con la convicción de hay una
especie de hidra constituida por el capitalismo, la Iglesia y la derecha política,
que viene estrujando a los pueblos impidiendo su libre desarrollo. Si en alguna
idea se ha insistido desde las aulas en un sistema educativo caracterizado por
el vacío de conceptos y el permisivismo más absoluto, es en esa. Con semejante
premisa no es de extrañar que todo ciudadano de cuarenta para abajo arda en
deseos de sacudirse semejante yugo y crear por fin un nuevo estado de cosas. Y
esto sin reparar en los medios, pues no se les ha inculcado ninguna razón por
la cual haya que respetar las vidas y haciendas de todos aquellos que se
relacionen con el estamento opresor. Tan solo la bonanza económica ha impedido
el estallido. Con la bolsa y el estómago satisfechos, lo del sistema alienante
y su opio puede ser un tópico de conversación: para qué jugarse el pellejo.
Pero cuando vienen mal dadas, que nadie venga a extrañarse de que se recoja lo
sembrado.
__