1938, encuentran en un pueblo danés un muerto de la época de
la guerra con Prusia; 2004, una historiadora aficionada se dispone a investigar
la identidad del cadáver; 1864, la guerra; esto salpicado de otros relatos que
incluyen episodios de la vida de personajes imaginarios o históricos como Hans Christian Andersen.
Imagínense tratando de reconstruir una película perdida de Ingmar
Bergman a partir de elementos heterogéneos: unas cuantas secuencias
conservadas, el texto de una crítica, fragmentos del borrador del guion... Algo
así es lo que propone Eva Marie Liffner en este experimento narrativo,
que no en vano alguien ha llamado novela arqueológica o algo similar. Así como
la narradora trata de reconstruir la historia del cadáver hallado en la
turbera, nosotros hemos de hacer lo propio con la novela, que incluye su propia
peripecia, claro. ¿Cuál debe ser el resultado? No lo hay, por supuesto. Tan
solo hay lugar a conjeturas, como en el caso de la arqueología. De mí he de
decir que no pienso hacer ninguna y me conformo con saborear el ambiente de la
obra, que resulta subyugante si tienes un poco de paciencia. Un ambiente que
llamaría bergmaniano, en efecto, con riesgo de meter la pata, sobre todo porque
falta el componente religioso, o al menos así me lo parece.