Al menos mientras los corruptos mantengan el estado de derecho y las libertades civiles, y eso con todas las deficiencias que esas instituciones puedan arrastrar y de hecho arrastran. Con ellas podemos criticar a los sinvergüenzas e incluso llevarles de vez en cuando a los tribunales... y gritar a los cuatro vientos que habrá corruptos en tanto que uno no crea en cosas más altas que la propia democracia y el propio estado de derecho.
Ahora parece que muchos han descubierto que hay gente que lo
pasa mal, que hay parados y desahuciados. Y han decidido entregarse a los
salvapueblos, vamos a decir salvapueblos y no salvapatrias, ya que parece que
la patria no le importa más que a un dieciséis o veintiséis por ciento, según
las últimas estadísticas. Eso no ocurre desde hace mucho tiempo y es producto
no tanto de la crisis como de la ignorancia cultivada con ahínco durante todo
ese tiempo entre las nuevas generaciones.
La situación puede ser hoy peor que hace diez años. Y la gente
del sistema puede ser más o menos honrada: de hecho pienso que, hoy por hoy, la
democracia consiste en elegir al golfo más eficaz (eficaz como gobernante, no
como golfo, claro). Pero siempre serán preferibles a un fanático dispuesto a
arrasar con derechos y libertades a cambio de imponer una ideología que, además,
lleva casi un siglo arruinando pueblos. Y
que, por cierto, tampoco preserva de la corrupción a quien la profesa.
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