23 septiembre 2014

Mirando al otro allí


O conozco poco al papa Francisco, o este poemario le encantaría. Creo que nunca habría oído hablar de Manuel Alonso Alcalde (vallisoletano, 1919-1990) de no ser por Luis Julio, lector infatigable, quien lo conoció a su vez a través de José María de Campos Setién (santanderino, 1924) autor de un estudio sobre su obra. Este número 455 de la colección Adonais es una pequeña joya de la poesía religiosa, y su protagonista es Cristo o el hombre, creo que podría decirse así, en plan aleixandrino, porque el tema central es la identificación de ambos, o más bien el encuentro con Cristo a través de la miseria humana: ese maravilloso intercambio mediante el cual Él nos confiere una esperanza en medio de la desolación, justamente por el procedimiento de haber asumido Él mismo la desolación.

Te condené al silencio, desde luego / pero ahora te proclamo a voz en grito. / Ah, pero no a mis solas: a grito entre los hombres, con los hombres, / junto a esas pobres sombras que transitan, / pasan, se alejan, gimen, / sufren, hambrean, lloran, / se llagan de injusticia y, por último, mueren, / sin haber entendido los por qués [sic] ni los cómos.

Hay una queja al cielo, como en Hijos de la ira o como en Ancia, pero la esperanza es más cierta, porque Cristo no abandona al que sufre, aunque parezca callar:

Empeñó su palabra, ergo / no puede fallarme; así de fácil.

Y

...esa pelada sonrisa que en la sombra se enciende / pronuncia, sin saberlo, tu nombre cada noche, / lo musita, ignorándolo. / Y tu dormido campo se bebe sus susurros como un agua tranquila, / y sus palabras interiores te hacen sonreír cada noche / y tender hacia ellas cada noche tu mano.

Mencioné a Francisco porque el libro parece sumamente actual:

Porque así estaba escrito y Cristo murió joven, / hoy llora en algún sitio una viuda reciente / y es incluso posible que en este mismo instante / a alguien le haya llegado una orden de desahucio.

Y hay palabras contra los que hablan de Cristo sin serlo:

Que, aunque otra cosa digan, ellos no te conocen, / ni te han mirado nunca, ni han dormido a tu lado, / ni saben cómo hueles, de qué forma masticas, / de qué manera bebes el vino por los bancos.

Y también, cierta pérdida de respeto a la iconografía: a él le habían enseñado un paraíso

...bóveda de cristal y teología, / bajo una luz helada, neta, cruda, / de quirófano. Así lo fui soñando. / Y es que entonces --¡qué niño!-- no caía / en que, al decir amaos, ya no hay duda: / el paraíso empieza aquí. Y amando.

En fin, si consigo el libro (el que tengo es prestado) ya insertaré aquí algunos poemas completos.

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