La música cósmica fascinaba a finales de los 70, y un
servidor no fue ajeno a esa fascinación. Antes que el tecnopop de los Depeche
Mode, Human League y demás, la tecnología al servicio de la música
había producido obras mucho menos comerciales pero de superior calidad como
fueron las de Vangelis, Tangerine Dream o, en España, Neuronium.
Obras no concebidas para el bailoteo sino para el sueño, dicho en el mejor de
los sentidos, aunque en sus peores momentos, lo admito, también podría
aplicárseles el malo.
La música de Jean-Michel Jarre suponía un punto medio
entre ambas modalidades, entre el ensueño sideral y el chundachunda
cibernético. In medio virtus esta vez, porque se trata de productos de
gran calidad, al menos los dos primeros, que son los que conozco en su
integridad. Equinoxe consta de ocho partes, unidas por una pista de
alguno de sus cacharros, es decir que no hay cortes entre ellas, salvo
(servidumbre del vinilo y del casete) entre la cuarta y la quinta, por
imperativo de las dos caras. Desconozco si en el CD esto se cambió. La parte quinta, escogida como single, se emitió hasta la saciedad como fondo de
microespacios televisivos, pero, insisto, merece la pena escuchar la obra
íntegra, desde el inicio (que se diría una aurora) hasta ese final redondo que
recoge el tema del single pero ralentizado. Era, como todos los de su clase,
para ser disfrutado en equipos monstruo y en habitación insonorizada, pero hube
de conformarme, cochina miseria, con mi minicadena, que no estaba tan mal.
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