03 abril 2012

Una característica del estado permisivo

frente al represivo es que, lo que este gastaba en fustas, lo invierte aquel en epítetos. Es notoria la retórica vana que se ha derrochado durante cuarenta años para calificar la maldad de los etarras, mientras estos circulaban alegremente por la calle pavoneándose ante sus víctimas. Estos días, resultaba patético el esfuerzo de ciertos locutores de radio por adjetivar adecuadamente al imán que instruía sobre cómo zurrar a las mujeres o al tipo que cometió el atentado de Toulouse. Pensaba yo que si el castigo fuese proporcional a la contundencia verbal, la vida en Europa sería mucho más segura.

Y eso en todos los ámbitos. Haga usted plantos y palinodias para lamentar la pederastia en el seno de la Iglesia, para después tener que leer (aún no me lo creo) que un cardenal de la Santa Madre califica como "estilo de vida que no cumple en su totalidad con los ideales de la Iglesia" lo que el Catecismo Mayor de san Pío X llamaba "pecado que clama al cielo", y deja a uno de sus párrocos con el culo... bien, mejor haremos otra metáfora, lo deja a los pies de los caballos metiendo en el consejo parroquial a un gay que vive con su pareja. Y aquí clamando porque no salen las procesiones.

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