18 abril 2012

El mar


Junto al mar (lo más parecido a Dios que sale aquí) transcurre esta novela intimista de este hombre al que todo el mundo alaba su capacidad de hacer prosa intimista. Max Morden se retira a Los Cedros, una casa en la costa irlandesa, después de haber perdido a su mujer como consecuencia de un cáncer. Allí está la señorita Vavasour, su patrona, y el coronel Blunden. Y la narración transcurre entre presente y pasado, pero el pasado es el remoto de la infancia de Max y el reciente de la enfermedad de Anna. Esta lleva bastante bien su enfermedad, o al menos así se lo hace ver a Max. Ni que decir tiene que resulta el personaje más simpático, en sus breves apariciones. En cuanto al pasado remoto, se centra en un verano en el que Max conoció a la familia Grace: los padres, los hijos (Chloe y Miles) y la asistenta Rose. Estos, aunque omnipresentes, resultan más distantes, tal vez por ser percibidos a través de una mirada de niño.

¿Intimista, dije? En realidad, Max nos habla bastante poco de sí mismo y mucho de las cosas que va viendo. En ese sentido tal vez le vendría mejor el calificativo de impresionista. Y ahí, en efecto, Banville es un maestro. Casi al final descubriremos que hubo otro drama, correlato tal vez del de Anna, y lo que se nos cuenta es la conciencia de Max conectando ambos episodios. Resignación e ironía son las notas dominantes en este flujo de conciencia, junto con la presencia del mar, ya digo, como un Dios inescrutable en sus designios.

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