20 noviembre 2024

Moral política en una sociedad pluralista

Es la reelaboración en forma de libro de una serie de trabajos del autor realizados entre 1967 y finales de los 70. Lo cual ocasiona, entre otras cosas, que dé la impresión de que se repiten mucho los argumentos. Todo se articula en torno a una idea: la distinción entre el orden moral y el orden jurídico, y cómo no siempre aquello que es exigible en el primero lo es en el segundo. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que mentir está mal, pero nadie pretendería sancionar penalmente la mentira.

El autor, teólogo, toma pie de la declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II. Como es sabido, ese documento es una defensa de la libertad religiosa (o, por mayor precisión, como indica el propio título, “la libertad civil en materia religiosa”). Explica don Matías (García Gómez) que hasta ese momento se había tenido en cuenta el deber moral de los poderes públicos de tutelar la religión verdadera, mientras que a partir de ahora se prima el derecho a no ser coaccionado en materia religiosa, sin obviar el deber de toda persona de buscar a Dios y abrazar la fe católica una vez encontrada. No todo lo que es exigible en el orden moral es exigible en el orden jurídico.

Cosa que se entiende bastante bien, pero me suscita cierta inquietud. El propio autor sugiere que esta libertad de coacción podría ampliarse a otros asuntos en que el consenso moral en una sociedad esté lejos de ser alcanzado: ¿divorcio?, ¿aborto?... Él no toma partido pero deja la cuestión abierta. Lo cual no deja de tocarme un poco los esquemas. Más si pienso que, al menos en España, no venimos de una sociedad licenciosa que lleve al Estado a observar una respetuosa neutralidad en tales materias, sino que justamente las leyes liberalizadoras del divorcio o el aborto son las que han acarreado una cada vez mayor licencia de costumbres. ¿Sabemos realmente lo que estamos haciendo, desde hace medio siglo?

Cuestión sujeta, también, a la libre discusión, como bien se deduce del libro.

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16 noviembre 2024

El secreto del Mago

Casi no se le nota el verso a Luis Alberto de Cuenca, lo cual no sé si es bueno o malo, por cierto. Bien es verdad que en muchos poemas se trata de verso libre, y todavía no veo muy claro por qué ese tipo de poemas no puede escribirse igual en prosa. Muchos de estos podrían estar en prosa sin que se notara en la elocución. Hay una tendencia al encabalgamiento abrupto que tiene su gracia, sin que me atreva a hablar de sus efectos.

Luis Alberto de Cuenca es un decadentista un siglo después del decadentismo, capaz de reivindicar a los viejos que acosaron a Susana; un escéptico que no sufre, o que sufre solo de nostalgia (“al final no pensamos ni recordamos nada que no sea el principio”); un estoico que a ratos se dirige a Dios (el Mago) ahíto de belleza efímera; y, sobre todo, un culturalista que define su vida como este cortometraje que aún protagonizo. Hay una sección dedicada al mundo clásico (“Aristónico y otras antigüedades”), otra a cantar “Por soleares”, cual Manuel Machado de los dos mil (Qué difícil es morirse/ después de oler el perfume/ de tus manos en el cine); y un “Oficio de difuntos” dedicado a amigos fallecidos. De hecho, la muerte, vista cada vez más cercana (Adónde iré,/ rodeado de muerte/ por todas partes) hace frecuente acto de presencia.

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13 noviembre 2024

La comedia nueva o El café

Siempre es un placer leer a los neoclásicos: otra cosa no tendrán, pero si están en el canon es por ese español claro y elegante que lucen. Pocas sorpresas al leer esta comedia, cuyo tema conocemos todos lo que hemos estudiado el bachillerato. Dos actos le bastan a Moratín para afirmar sus ideas sobre el teatro, que más bien eran hartazgo de las malas imitaciones de Calderón que se gastaban en su tiempo. Suele pasar: cuando un estilo decae, el empalago que provoca se hace extensivo a todo el repertorio, incluidas las obras maestras. Los neoclásicos, hartos de los Comella y demás, creen que el vicio es español y la virtud foránea y se ponen a alabar a lo francés como solución a los subproductos que subían a los escenarios, con gran aplauso del respetable, eso sí. Desde nuestro tiempo, en cambio, lo que resulta empalagoso es ese paletismo que lleva a estar pendiente todo el rato de qué dirían los extranjeros: ah, si los franceses pasaran por aquí y vieran esos engendros… Venga ya. Mil veces una décima de Calderón antes que una ristra de alejandrinos de Racine.

Aparte del malo (el autor de la “comedia nueva”) y del bueno (don Pedro, el hombre del buen gusto y de las reglas del arte) aparecen don Antonio, otro enterado pero frívolo, que no quiere desengañar al poetastro por tener de qué reír; Hermógenes, el pedante aprovechado, el más malo por hipócrita; y la mujer y la hija del vate, la una colaboracionista en los crímenes del marido y la otra víctima de las manías teatrales de ambos.

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11 noviembre 2024

Odisea (versión de Fernando Gutiérrez)

Creo que Fernando Gutiérrez acierta plenamente con esta traducción en versos hexadecasílabos, con ritmo dactílico, a lo Marcha triunfal. Son cantarines, como se supone que debe ser para una lectura de la Odisea aproximada al original del aedo. Y estorban menos los epítetos que en una traducción en prosa o en verso “libre”. Y no se nota que tenga que hacer ningún penalti, quiero decir alguna palabra o frase ripiosa, para mantener el ritmo. Por cierto, que don Fernando debía de pronunciar Itaca, así, llano, según se desprende de la lectura. A lo mejor es eso el penalti.

“Las gestas relatan siempre aventuras gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe”. San Josemaría, que sin duda había leído la Odisea, podía estar pensando en ese momento en que Ulises dilata intencionadamente el abrazo a su mujer, fingiendo desconfianza pero gozando con la expectativa del encuentro. O en el diálogo final entre los esposos junto al árbol totémico (o como quiera llamarse) plantado en medio de su aposento, símbolo quizá de la una caro esponsal.

Naturalmente, la matanza de los pretendientes, precedida del cierre de puertas y la hazaña del arco, me ha entusiasmado menos que la primera vez, pero me sigue admirando lo poco que hemos cambiado como público desde aquellos años. Cinematográfico (hollywoodiano, en concreto) cien por cien.

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06 noviembre 2024

Rimas (Guido Cavalcanti)

Según nos explican en el prólogo, fue Cavalcanti quien inició la costumbre de referirse a la canción, como si fuera un interlocutor animado, en la última estrofa de ella. Lo hace Garcilaso a veces.

Estas rimas las componen sonetos y canciones, aparte de alguna otra composición de corta extensión. Las canciones son llamadas también baladas (ballata), lo cual me hace abandonar mi creencia de que ese término designaba solo un poema lírico-narrativo. El tema, el acostumbrado desde los provenzales, desarrollado por los del stil novo: la mia donna y sus desdenes, la petición de merced, los ojos asesinos, el corazón que late a pesar de estar herido de muerte… Es de notar la repetida mención a unos espíritus cuya referencia se me escapa: ¿los sentimientos?, ¿las pasiones?...

En el enjundioso prólogo, el autor (Enrico Fenzi) nos expone la diferencia entre las concepciones del amor de Dante y Cavalcanti. El segundo está en la tradición de la enfermedad del amor, lo cual relaciona Fenzi con escepticismo de Guido, mientras que para Dante el amor es una vía hacia Dios, siendo Beatriz una figura Christi, término éste que me encantó, por cierto.

La traducción de Juan Ramón Masoliver me gusta más que la de la Vita nova por Martínez Mesanza, en este mismo volumen. Masoliver respeta la forma original y consigue casi siempre mantener los efectos de rima, en concreto las rimas internas de que era bastante amigo Cavalcanti.

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04 noviembre 2024

Advertencia idiomática

al gremio periodístico: 

No es necesario que cada vez que se hable de un aviso se añada “a navegantes”.



03 noviembre 2024

Va

 y dice: “La prueba que demuestra la presunta implicación de…”

Y digo yo que si la demuestra ya no será presunta, ¿no?

Hay terminajos singularmente mimados por la jerga político-periodística. Pasó escenificar, pasó vehicular, pasará emblemático, pasará bulo, pero parece que a presunto –a no se le acaban los días de gloria, hasta el punto de que incluso lo demostrado es presunto. Ya no es un término mimado, es un término abusado, para utilizar otra patada al idioma muy propia de este gremio.