Sabemos una millonésima parte del uno por ciento de cualquier cosa.
Meg Meeker, en Padres fuertes, hijas felices, capítulo 8
CARTAPACIO DE JESÚS SANZ RIOJA
Sabemos una millonésima parte del uno por ciento de cualquier cosa.
Meg Meeker, en Padres fuertes, hijas felices, capítulo 8
Lo que me gusta de Meg Meeker es que no se arredra ni ante los tabúes más establecidos de nuestro tiempo. Si tiene que pasar por encima del famoso “derecho a ser feliz”, pasa. Esto va, como todo en su libro, para los padres que está considerando el divorcio. “Ella” es su hija.
Algunas veces esa perseverancia que usted va a mostrar por amor a ella
exigirá continuar viviendo con su alocada madre. Tal vez signifique sacrificar
su propia felicidad en favor de la de ella. Esto es lo que hacen lo héroes. Es
lo que su hija espera de usted.
Esta, por cierto, es la comedia en que Valverde vio una anticipación a ciertas técnicas del teatro
contemporáneo (¿Brecht?), cuando el
criado Arceo habla como siendo consciente de ser un personaje: “¡Pues no acaba
la comedia!”
__
Como es habitual últimamente (en los últimos… ¿treinta años?), el volumen va acompañado de
comentarios sobre el autor y su obra. Me alegra ver que el comentarista llama
“la edad dorada de Alix” a esos cuatro álbumes, porque, en efecto, el dibujo
siempre me gustó mucho más que el de los episodios anteriores, de los que de
chico solo conocía La garra negra. Las legiones perdidas me parecía que
albergaba una gran superproducción cinematográfica.
En este número Jacques
Martin sigue acercándonos a diferentes zonas del imperio, en este caso al
norte de África. Es una de las señas de identidad de este cómic, uno de los más
instructivos que conozco y no solo por los guiones: el dibujo es admirable,
aunque más en lo paisajístico (y me refiero a paisaje rural y urbano) que en
las figuras humanas, que se parecen demasiado unas a otras; para ser exactos,
diríamos que tiene cuatro o cinco moldes. No deja de ser otra seña de
identidad.
__
Y así, la autora se muestra implacable con el permisivismo
reinante: ha conocido (una gran parte del libro se dedica a narrar casos reales
que han pasado por su consulta, y esto es importante, porque ya sabemos que la
gente responsable, la fachosfera que
dicen los otros, acusa un déficit de relato que no compensa el superávit de argumentación),
ha conocido, decía, demasiados casos de depresión, suicidio o enfermedad irreversible
causados por una iniciación sexual temprana como para andarse con chiquitas en
ese sentido. Y le basta para considerar la depresión como una enfermedad de
transmisión sexual, lo cual es una de las afirmaciones más llamativas del
libro, no cabe duda, pero bien cierta, a tenor de lo que vemos. Corren malos
tiempos (esto lo digo yo) para ser mujer, tanto como para ser hombre, pero sin
duda las mujeres lo pagan más caro, al menos a corto plazo.
Por supuesto, no se trata solo de poner normas: hay que ser
un padre, no un legislador. Se trata de pasar tiempo con ellas, detraerlo
incluso de esas cosas que parecen muy importantes. Y sin pararse en barras de
que eso no le va a gustar porque son cosas de hombres y tal: a las chicas les
gusta estar con sus padres, de cualquier modo: llevarlas al fútbol, de
excursión en bici, a lavar el coche… Y mostrarles siempre que, si tú eres su
héroe, ella es también para ti el amor de tu vida. En una época en que hay que
desenvainar la espada para defender que el pasto es verde, un libro como este
debería ser un catecismo para todo aspirante a padre de familia.
No quiero dejar de hacer notar que el título original es Strong fathers, strong daughters. No sé
por qué esa sustitución por “hijas felices”, que parece una concesión a esa
búsqueda obsesiva de la felicidad propia de nuestro tiempo. Habían hecho lo más
difícil, que era publicar una traducción, y mira tú…
__
de lo que fue el Concilio Vaticano II, les recomiendo esta conferencia de don Onésimo Díaz. Se trata de un hombre que conoce bien la historia de la Iglesia en el siglo XX. Solo le haría una sugerencia: a la hora de poner ejemplos de intolerancia religiosa (lo hace a propósito del documento Dignitatis humanae), se puede escoger entre muchos sucesos y no necesariamente hay que echar mano de la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos. Hay ya mucha gente empeñada en sacudirse ese complejo de inferioridad del español y plantar cara a una leyenda negra que ha durado demasiado: vamos a secundarlos en lo posible. Don Onésimo trata de salvar (es muy plausible) a la jerarquía eclesiástica en esos casos de intolerancia, haciendo notar, por ejemplo, que era el brazo secular quien aplicaba las penas a los declarados herejes por la inquisición. Pero no hay que olvidar que fue el propio Papa quien alentó, por ejemplo, la cruzada contra los cátaros, que fue, desde luego, más cruenta que la expulsión de los judíos. Durante mucho tiempo la preservación de la sociedad cristiana fue entendida como competencia de los príncipes (no diré el Estado, que es algo más reducido en el tiempo). No es solo, pues, que por entonces “pareciera algo bueno”, como dice don Onésimo, la expulsión de los judíos. Conviene precisar algo más, porque si no, estamos en lo de siempre: esos bárbaros medievales frente a los hijos de la Ilustración y la democracia, que somos nosotros.
Las tramas suelen ser de espionaje, aunque Corrigan sea del
FBI y no de la CIA, y bastante convencionales. Además, se ve que se estrenaron
en tiras periódicas, porque hay una tendencia visible a “resumir lo publicado”,
sobre todo en las primeras viñetas de cada página, y a explicar la situación
aun a costa de repetirse: vamos, todo lo contrario de las películas del género,
tan elípticas siempre. Luego están lo que algunos suelen llamar “fantasmadas”,
es decir, esa enorme suerte del protagonista, que se libra del malo del modo
más inverosímil, y aprovechando esa tendencia de los malotes a no liquidar al
bueno cuando tienen la oportunidad, sino regodearse a la espera de matarlo del
modo más sádico posible.
En definitiva, el producto se salva por el dibujo. Por eso
tengo curiosidad por las primeras entregas del personaje, donde al parecer el
guionista era Dashiell Hammett,
aunque, según Wiki, a partir de uno de los primeros números se limitó a sugerir
argumentos a Alex Raymond.
__