El sentimiento del
honor de los soldados y de los oficiales era, en este ejército, un fundamento
más importante que la disciplina. “Por la honra pon la vida, y pon las dos,
honra y vida, por tu Dios”, era un conocido proverbio militar. Con harta frecuencia
se daban motines, pero rara vez actos de cobardía. Y no, ciertamente, por su
composición y organización, sino por la idea de que era honroso servir al rey
de España, este ejército, que se componía de españoles y extranjeros, de
voluntarios y de gentes procedentes de levas, fue un verdadero ejército nacional,
el primer ejército nacional de la Edad Moderna. Este ejército, que era considerado
una escuela de honor, en que los tránsfugas y parias podían ganar de nuevo la
consideración social, pasó a constituir un ejemplo para el resto de las
naciones. Era también puerto de refugio para todo género de aventureros. Y
precisamente en ese azar de honores y derrotas se veía su valor educativo,
confortador, rehabilitador ante Dios y ante los hombres. En la aventurosa carrera
militar, los sanos de espíritu y los valientes se sentían a sus anchas, los
débiles mal, y los frívolos adquirían la gravedad de que estaban faltos. Servir
en el ejército español no fue solo una escuela del honor y de la aventura, sino
también un penal donde iban a purgarse delitos pasados. Junto a los voluntarios
militaban los penados, ora en la infantería, ora en galeras. En una galera real
termina sus días Guzmán de Alfarache, y sólo ahí llega a la plena conciencia de
su vida y a un íntimo arrepentimiento. El autor de la famosa historia escribe:
“La vida del hombre milicia es en la tierra: no hay cosa segura ni estado que
permanezca perfecto, gusto ni contento verdadero”. (Pp. 123-124)
…
Cuando se ha empezado […] a estudiar sin prejuicios la influencia de
la Inquisición y de la censura sobre la literatura española y las bellas artes,
se ha puesto en claro, con gran sorpresa, que dicha influencia es escasísima.
La presión ejercida sobre el pensamiento, que consideramos hoy como algo
intolerable, apenas la sintieron entonces ni siquiera las mejores cabezas ni
los espíritus más delicados. Y eso que debe tenerse en cuenta que los españoles
distaban mucho de tener una mentalidad servil, pues experimentaron siempre un
gran placer en sublevarse, protestar y desobedecer… (Pp. 139-140)