Valjean es el hombre que se convierte a Cristo cuando lo ve en uno de sus discípulos de verdad, el obispo de Digne, capaz de hospedar al que todos rechazan y de salvarlo de la cárcel dándole literalmente la otra túnica aparte de la que había robado (en este caso se trata de un menaje de plata). Si el obispo es un santo, Valjean aún es un espíritu vacilante, capaz sin embargo de esforzarse hasta el heroísmo en pro de los desvalidos. La narración de sus luchas interiores es una de las cumbres del arte de Hugo.
Hasta aquí, todo impecablemente cristiano. Sobra lo del
obispo pidiendo la bendición al viejo revolucionario. Es un pegote, de hecho. Pero
Víctor Hugo no pierde ocasión de
mostrar sus fervores por la revolución, a la que consideraba algo así como la
auténtica intérprete de Cristo, válgame Santa Lucía.
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