Eran las siglas de la policía política de Stalin, la Gestapo soviética. Jesús Hernández (PCE) describía así a
sus agentes:
Son funcionarios de una autoridad y formación especial. Fríos, crueles,
sin alma. Su espíritu de cuerpo les lleva a sospechar de todo y de todos, hasta
de su padre y de su madre, a los que pegarían un tiro en la nuca con la mayor
naturalidad, en cumplimiento de su misión. Viven constantemente alerta y
recelando de cuantos les rodean. El jefe no sabe si el subalterno es el
confidente de confianza [sic] del
escalón superior. Puede darse el caso de que le portero o el ordenanza que abre
la puerta resulte una jerarquía más alta que la del jefe en funciones. Su deber
es no creer en la sinceridad, ni en la honradez de nadie. Un “inkadevista” debe
ser un hombre sin entrañas, un ser deshumanizado, que tenga por lema “es
preferible condenar a cien inocentes que absolver a un culpable”. Fanáticos, en
principio, degeneran hasta la animalidad. Primero matan y torturan porque así
se lo ordenan o porque lo dispone el reglamento. Después van sintiendo la
necesidad de oír los gritos de dolor y los estertores de sus víctimas. Les
resulta armonioso el estampido del pistoletazo. Como el morfinómano busca el
placer de las drogas, el “inkadevista” lo busca en la sangre y en el
sufrimiento de los demás. La vida de un hombre nada significa si se la pueden
arrancar a pedazos o a balazos.
Citado por Rafael
García Serrano, en Diccionario para
un macuto, s. v. checa. Luego
describe él mismo a esas prisiones, concebidas a imagen de las rusas:
Cátedra del nuevo humanismo marxista, laboratorio de terror, seminario
de rufianes, consulado del infierno, patio de bergamines, sima de la vergüenza
de ser hombre, cúspide de la inhumanidad, pus de Lenin: esto es la checa.