Recojo algunos párrafos de la entrevista que Rémi Brague concede a Aceprensa en su número de diciembre de 2024.
El cristianismo no está llamado sólo a sobrevivir en la cultura europea, sino a darle el sentido más humanamente profundo. La dignidad es un concepto esencialmente cristiano que lo explica todo.
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El cristiano no es un ayatolá entrenado para castigar a los
desobedientes. Es, sencillamente, un ciudadano responsable que quiere ayudar a
la sociedad a evolucionar con una perspectiva humana que, ciertamente, nos haga
mejores como personas y como pueblos.
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Los cristianos estamos llamados a prestar nuestra colaboración
con los demás en medio de un campo de minas; por eso deberían ser muy
bienvenidos en las sociedades abiertas y respetuosas del siglo XXI. Cuando se
ama a las personas y a la sociedad se busca, se prefiere y se impulsa el bien. Nadie
confía en un médico que te dice que fumes, que bebas y que hagas todo lo que
quieras. Es más difícil ser el médico que te alerta de que tienes una mancha
fea en el pulmón. La misión de los cristianos no siempre resulta agradable,
pero es necesaria para el bien de toda la humanidad.
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El cristianismo tiene la posibilidad y el deber de enseñar a
ver lo humano incluso donde otros solo ven lo biológico para seleccionar, lo
económico para explotar, lo político para manipular.
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Me llama la atención una tendencia actual en el cristianismo:
la de caer en la tentación de reemplazar el humanismo por el humanitarismo. El humanismo
es el afán por la mejora humana, por la virtud; el humanitarismo es solo hacer
cosas buenas. Y sí, querer el bien del prójimo es magnífico, pero la
perspectiva humanitarista es superficial. El humanitarismo piensa que el hombre
es naturalmente bueno, y que el mal es un simple accidente que se puede vencer
con un poco de buena voluntad, no algo profundamente instalado en nosotros.