que en el franquismo no dejaban leer Los miserables. Mucho me extraña. Sería en un colegio religioso de esos en los que estudiaron los ministros. De lo que estoy cierto es que, si lo leyeran (los socialistas, digo), serían ellos quienes lo censuraran escapado. Véase.
La muñeca es una de
las necesidades más imperiosas y, al tiempo, uno de los instintos más deliciosos
de la infancia femenina. Cuidar, ataviar, engalanar, vestir, desnudar, volver a
vestir, enseñar, reñir un poquito, acunar, mimar, dormir, imaginarse que algo
es alguien, ahí está todo el porvenir de la mujer. Mientras sueña y charla,
mientras prepara diminutas canastillas y diminutos ajuares, mientras cose
vestiditos, corpiños y camisitas, la niña llega a muchachita, la muchachita
llega a joven, la joven llega a mujer. El primer hijo es la continuación de la
última muñeca.
Una niña sin muñeca es
casi tan desdichada y tan enteramente imposible como una mujer sin hijos.
(Segunda parte, libro tercero, capítulo VIII)