Luis Alberto de
Cuenca es un decadentista un siglo después del decadentismo, capaz de
reivindicar a los viejos que acosaron a Susana; un escéptico que no sufre, o
que sufre solo de nostalgia (“al final no pensamos ni recordamos nada que no
sea el principio”); un estoico que a ratos se dirige a Dios (el Mago) ahíto de
belleza efímera; y, sobre todo, un culturalista que define su vida como este cortometraje que aún protagonizo.
Hay una sección dedicada al mundo clásico (“Aristónico y otras antigüedades”),
otra a cantar “Por soleares”, cual Manuel
Machado de los dos mil (Qué difícil
es morirse/ después de oler el perfume/ de tus manos en el cine); y un “Oficio
de difuntos” dedicado a amigos fallecidos. De hecho, la muerte, vista cada vez
más cercana (Adónde iré,/ rodeado de
muerte/ por todas partes) hace frecuente acto de presencia.
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