21 enero 2023

Intelectuales

Paul Johnson nos presenta una galería de tiparracos, a cual más egoísta, ingrato, lujurioso y violento, que tuvieron el don de la palabra y el de hacerse escuchar por muchos. Se llamaban Rousseau, Sartre, Ibsen, Marx, Fassbinder, RussellTolstoi…y se erigieron en maîtres a penser, que dicen los franceses, para una o muchas generaciones.  Uno se siente a veces incómodo leyendo semejante exposición de trapos sucios, porque a uno le han educado de una manera… Pero, bien mirado, no está mal que alguien haga esa exposición, si vemos que algunos siguen equiparando arte (o ingenio, o cultura) y bondad personal. Lo que dicen los intelectuales sigue siendo considerado tantas veces como la nueva palabra de Dios... Clercs los llaman, de hecho, los franceses, creo: los nuevos clérigos. Lo que pretende Paul Johnson, como dice de modo explícito en el prólogo, es dar la réplica a quien aduce poca ejemplaridad en los clérigos, o incoherencia entre doctrina y resultados:

Una de las características más marcadas de los nuevos intelectuales laicos fue el deleite con que sometían a la religión y a sus protagonistas al escrutinio crítico… Ahora, después de dos siglos durante los cuales la influencia de la religión ha seguido decayendo y los intelectuales laicos han desempeñado un papel mayor en la formación de nuestras actitudes e instituciones, ha llegado el momento de examinar sus antecedentes tanto públicos como personales… ¿Cómo condujeron sus propias vidas?... ¿Y cómo han soportado sus propios sistemas la prueba del tiempo y la praxis?

De esto último se encargan mejor otros libros, si atendemos a que muchos de estos clercs eran socialistas. Johnson, como digo, incide más en lo personal. Uno no se sorprende, viendo la cara de Marx, de que fuese violento, o viendo la de Hemingway de que fuese un tarambana, y de Tolstoi ya sabíamos que andaba un poco chiflado… Sorprende más ver a Ibsen, tan adusto él, pirrándose por las condecoraciones, o cómo las mujeres se rifaban a Sartre, cuya cara debían de envidiar en el carnaval… Y está el capítulo de las mentiras: Lillian Hellman parece la protagonista de Vamos a contar mentiras, de Alfonso Paso, pero ya se ve que todos ellos, si en algo eran coherentes, era en su escepticismo con respecto a la verdad.

Creo que el mayor mérito de esta obra es haber abierto el camino a la desmitificación: en las últimas décadas hemos visto aparecer libros en la misma línea, ya de modo más monográfico: Che Guevara, Giner de los Ríos y otros de los que ahora no me voy a acordar, vacas sagradas del progresismo, han encontrado su biógrafo negro. Yo mismo haría el Intelectuales español, si tuviera tiempo y me hubieran educado de otra manera…

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