El título parece de cuento de hadas, pero en realidad es una metáfora macabra que alude al metal radiactivo con el que el inocente protagonista va a hacer justicia sobre los malos. Sí, Blas Civicos es aquí un inocente al estilo del Azarías de Delibes, que sin intención va a servir de instrumento a un dios vengador. En realidad, algo hay de cuento de hadas, porque hay malos como brujas o como ogros y hay tiernos niños, o adultos con mentalidad de tales, que les dan cruelmente su merecido. La narración tiene esa misma perspectiva inocente, naïf, que es habitual en Jiménez Lozano y que aquí se halla a tono con Blas y con su hermana la Tana, por más que “tú sí que sabes cosas, Blas Civicos”, frase que se repite con intención.
Este Blas Civicos se presenta como segunda salida literaria
del Blasillo de San Manuel Bueno, mártir
de Unamuno, ya que la historia se
sitúa, también, en el mismo escenario sanabrés, aunque esta no es, ya digo,
historia de crisis de fe, sino de enfrentamiento entre humildes y poderosos,
historia mil veces contada por los narradores de estos pagos, pero con el sello
personal del abulense, que le da un aire misterioso a lo Faulkner, en el sentido de que nos fuerza a reconstruir
constantemente lo que solo se sugiere.
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