Creo que era Pedro Fernández Barbadillo el que recordaba hace poco lo que Solzhenitsyn decía en un artículo: “Si no puedes vencer la mentira comunista, al menos no la digas tú”. Emplear el lenguaje del enemigo, en efecto, es empezar a ser derrotado. Sobre todo si el enemigo usa el lenguaje como arma, al servicio de la ideología.
Está sucediendo con el término homofobia. Es un término totalitario, inventado con el fin de
criminalizar a quienes disienten de la normalización de la homosexualidad: son
delincuentes, réprobos, incluso enfermos (“fóbicos”), y recordemos que en la Unión
Soviética se encerraba en clínicas psiquiátricas a los disidentes. Por eso es
un error que lo utilicen quienes no aceptan la imposición de las teorías de género. Aparte de su pésima
construcción gramatical, claro (homófobo
sería “el que odia lo igual”).
En una de sus novelas, José
Jiménez Lozano llamaba chin a ese
lenguaje de inspiración totalitaria. No estaría mal que diésemos el aviso (¡chin!) cada vez que en nuestro entorno
alguien emplee, frívolamente, terminajos como homofobia, lgtbifobia (¡!),
machista, orientación sexual, etc.