“En trabajos y aflicciones contra moros” decía Jorge Manrique que se ganaban el cielo
los caballeros, y así lo vemos en el caso de un rey que, como otros, “tomó la
cruz”, es decir, se alistó para recuperar Jerusalén de las manos de los
infieles, lo que venía a ser un acto de penitencia o simplemente de virtud en
un momento en que la Unión Europea se llamaba Cristiandad. Tan santa le parecía
la empresa, como a los demás, que no entendió por qué Dios le sometía a la
prueba de ver fracasar por dos veces su intento. En cualquier caso, no fue la
Cruzada su único acto de virtud, puesto que le vemos a menudo practicar la
penitencia y la caridad.
Los que estamos tan peces en historia que solo hemos oído
hablar de doña Blanca de Castilla en
la letrilla de Quevedo nos enteramos
aquí de que se trataba de la madre de San
Luis. Si las madres son en gran medida responsables de la santidad de sus
hijos, algo nos toca de la gloria del rey cruzado.
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