09 enero 2021

El arte de la fragilidad

Pues lo siento: seré un réprobo, un infeliz, un adocenado, o quizá simplemente me hago viejo, pero todavía no sé qué es lo que me ha dicho Alessandro d´Avenia a lo largo de estas doscientas y pico páginas de retórica apabullante; vamos, que me quedo sin saber cómo la poesía puede salvarme la vida. A no ser que todo se cifre en lo que propone el último capítulo, es decir, que el secreto de los secretos es el amor, es Dios. ¿Y para eso hacían falta todas esas páginas llenas de estrellas, infinitos, destinos y arrebatamientos?

El libro se presenta como un diálogo con Giacomo Leopardi, el poeta favorito del autor: “Tú sabías que…, tú sabías que…”, repite sin cesar, y yo, insisto, me quedo sin saber qué es lo que Giacomo sabía. Para colmo, D´Avenia se declara admirador de El club de los poetas muertos, piensa que la escuela tiene que llevar a la felicidad y se supone que lo que vierte en este libro es lo que trata, al parecer con éxito, de comunicar a sus alumnos. Pero yo odio las historias de profesores guay y me pregunto por qué los de Literatura somos los únicos del gremio a los que se les pide hacer magia, transformar voluntades y salvar vidas, en vez de transmitir conocimientos del modo más eficaz posible, como los demás. En fin, que prefiero el D´Avenia novelista, al menos el de Lo que el infierno no es, que es lo que conozco de él.

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