El libro se presenta como un diálogo con Giacomo Leopardi, el poeta favorito del
autor: “Tú sabías que…, tú sabías que…”, repite sin cesar, y yo, insisto, me
quedo sin saber qué es lo que Giacomo sabía. Para colmo, D´Avenia se declara admirador de El club de los poetas muertos, piensa que la escuela tiene que
llevar a la felicidad y se supone que lo que vierte en este libro es lo que
trata, al parecer con éxito, de comunicar a sus alumnos. Pero yo odio las
historias de profesores guay y me pregunto por qué los de Literatura somos los
únicos del gremio a los que se les pide hacer magia, transformar voluntades y
salvar vidas, en vez de transmitir conocimientos del modo más eficaz posible,
como los demás. En fin, que prefiero el D´Avenia
novelista, al menos el de Lo que el infierno no es, que es lo que conozco de él.
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