Los gobiernos socialistas me recuerdan a menudo la polémica sobre la justificación: ¿por la fe o por las obras? Ellos han inventado la justificación por la democracia, y se adornan la frente con el rótulo de demócrata como los fariseos con sus filacterias, erigiéndose en los buenos del sistema y con el escándalo siempre a punto contra aquellos que osan relativizar de algún modo la justificación por esa vía: así Abascal con sus ochenta años.
Pero la democracia no es un rótulo, sino unas disposiciones y
unas actitudes. Desde una dictadura se pueden poner las bases para una
democracia, con medidas educativas, económicas, sociales; mientras que desde un sistema democrático se puede trabajar para
sumir al pueblo en el analfabetismo funcional y acabar aprovechando cualquier
coyuntura, una pandemia por ejemplo, para llevarlo a la ruina y edificar desde
allí el primer régimen de “socialismo del siglo XXI” en Europa. Es la
diferencia entre los primeros cuarenta años y los segundos.