14 abril 2018

El hombre eterno


El hombre eterno es un ensayo polémico, como es habitual en Chesterton, pero va mucho más allá. Sucede como en los viejos tratados de apologética, el de san Ireneo o el de Orígenes, que, concebidos como defensa de la fe frente a herejes o paganos, acaban siendo obras de referencia en la teología. La idea de Chesterton es tratar de mirar el cristianismo desde fuera para juzgarlo sin prejuicios, que es precisamente la actitud que no encuentra en los críticos de la fe. En estos suele advertirse una animosidad que están lejos de mostrar contra las religiones o las filosofías precristianas o ajenas a nuestro entorno. Si realmente el cristianismo no interpelase a su conciencia, su actitud debería ser muy otra. Por eso al autor, en la introducción, ruega “a dichos críticos que intenten hacer tanta justicia a los santos cristianos como si se tratara de sabios paganos”. De hecho, al él le “daría vergüenza decir acerca del lama del Tíbet estupideces tales como las que ellos dicen acerca del Papa, o tener tan poca comprensión con Juliano el Apóstata como la que ellos tienen con la Iglesia de Cristo”.

Sus dos partes configuran un tratado sobre el hombre viejo y el hombre nuevo, es decir, el hombre en su naturaleza y el hombre regenerado y elevado por Cristo. Lo que no es decir poco. De hecho, es decir todo un tratado de antropología, filosófica y teológica, sobre el que habrá que volver muchas veces. Pero es su perspectiva de polémica con el escepticismo moderno lo que le confiere su singularidad frente a las obras de teólogos contemporáneos. Ese tono polémico que le permite decir, por ejemplo, que “tras la llegada del cristianismo ningún pagano de nuestra civilización ha sido  capaz de ser realmente humano”, porque tras la era de gracia no hay vuelta atrás posible.

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