Mira, Mattie, hace poco he descubierto algo. He tardado
mucho tiempo en comprenderlo..., años. Es esto: Dios ha concedido fuerza e
inteligencia a algunos. En cierto sentido, son los afortunados. La mayoría, en
cambio, son necios, timoratos o eluden los problemas. Siempre acuden a los
fuertes para descargar en ellos sus pesadumbres. He llegado a la conclusión de
que debo de ser uno de los afortunados que pueden soportarlo casi todo. Es el
precio que tengo que pagar por lo que Dios me ha dado... Y me ha dado mucho. No
lo olvides... No importa lo que me haya sucedido en la vida. Si las personas
como yo huyen, eluden su responsabilidad, y si eluden su responsabilidad les
ocurre algo..., algo malo y destructivo. La fuerza las abandona. Si persisten
en esa actitud, se destruyen a sí mismas porque hay una ley divina o natural
que así lo establece. ¿No te das cuenta de que si huyera ahora... no habría
descanso para mí? Sería desdichada siempre, porque pensaría en aquello de lo
que había huido y me preocuparía lo que pudiera sucederles a Janie, a Jack, a
la señora Stilham e incluso al señor Amory. Janie y Jack son demasiado jóvenes para
saber cómo actuar si su padre fuera a la cárcel, y ni él ni la señora Stilham
son lo bastante inteligentes para saber qué deben hacer. Ellos no tienen la
culpa; Dios o la naturaleza no han sido generosos con ellos. Aunque yo no les diga
lo que tienen que hacer, acudirán a mi como han hecho siempre ellos y otros
muchos en cuanto se encuentran en un apuro. Porque hay una especie de ley que
lo manda. No podemos hacer nada al respecto.
Susie Parkington, en Louis
Bromfield, La señora Parkington, capítulo 9.