Es un pequeño volumen complementario del que Alianza
Editorial sacó con el nombre de Poemas mayores, claro. Daniel Gil no arriesgó y optó por un rótulo de lo más clásico sobre fondo verde, con letras sombreadas.
Menores o mayores no alude aquí a la importancia, sino a la extensión. Cien versos es el límite que puso el propio autor, que firma el prólogo. Como de costumbre, paso por la parte vanguardista con la curiosidad con que miro las cosas del Patio Herreriano, pero lo que realmente merece la pena es la parte tradicional, si puede llamarse así, porque, claro, fácilmente te das cuenta de que aquello no lo firmaría Hernando de Acuña ni Fray Luis de León. Sorprende su dominio del verso: silvas libres, sonetos, tercetos sin encadenar, y creaciones muy personales. Le gusta hacer eneasílabos, cosa bastante difícil, e incluso se permite incluir el más famoso de todos los eneasílabos (juventud, divino tesoro) en el poema que canta sus bodas de oro con la poesía.
Menores o mayores no alude aquí a la importancia, sino a la extensión. Cien versos es el límite que puso el propio autor, que firma el prólogo. Como de costumbre, paso por la parte vanguardista con la curiosidad con que miro las cosas del Patio Herreriano, pero lo que realmente merece la pena es la parte tradicional, si puede llamarse así, porque, claro, fácilmente te das cuenta de que aquello no lo firmaría Hernando de Acuña ni Fray Luis de León. Sorprende su dominio del verso: silvas libres, sonetos, tercetos sin encadenar, y creaciones muy personales. Le gusta hacer eneasílabos, cosa bastante difícil, e incluso se permite incluir el más famoso de todos los eneasílabos (juventud, divino tesoro) en el poema que canta sus bodas de oro con la poesía.