Su lectura es difícil, no porque el estilo sea intrincado,
sino justamente por cierta tosquedad de estilo, y a lo mejor también porque
habla de cosas muy sabidas, pero que, claro, en el siglo II estaban en
mantillas. En todo caso, se nota que este hombre conoce las Escrituras como la
palma de su mano. Es ya un teólogo, puesto que no deja de apoyarse firmemente
en ellas para hacer su apología.
Son cinco libros, y el primero es donde más puedes perderte,
porque se trata de la exposición de las teorías gnósticas. Estos tipos habían
construido un tinglado increíble de seres divinos y semidivinos entrelazados en
un sistema complicadísimo. Mérito tiene Ireneo por habérselo estudiado
tan minuciosamente. El pléroma llamaban a dicho sistema, y como digo las
relaciones de paternidad, filiación y parentescos varios entre estos “eones”,
que así los llaman, vienen a ser una especie de deconstrucción de la Revelación
cristiana propia de un chef de nouvelle cuisine. Encima, claro, gnósticos había
varios, y entre ellos diferencias doctrínales, con lo que la cosa se embrolla aún
más.
San Ireneo rebate con paciencia y con ironía todas
estas lucubraciones a la vez que expone la auténtica doctrina revelada. Son
cinco libros, que me he merendado con no menos paciencia que él los ha escrito,
por una disciplina tal vez absurda, pero que no voy a recomendar. Al fin y al
cabo, por mucho que Voegelin diga que estamos en una era gnóstica, todo
eso del pléroma ya no hay quien lo sostenga. Tal vez algún chiflado new age.
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