Tenía curiosidad por este ensayo, que ha resultado
brevísimo. Y, sin embargo, se le atribuye un gran potencial cara a la
literatura española: habría sido el estímulo para una generación de autores que
se lanzaron a poner en práctica las tesis de Ortega sobre lo que habría
de ser la renovación de la novela. A esos autores, como Rosa Chacel, Francisco
Umbral los llamaba “novelistas artificiales”. Es cierto que cuando te
propones hacer algo con la novela en lugar de escribir una
novela, dictada, se entiende, por tu propia inspiración, suelen salir churros.
Por eso no me atrevo con los intentos “metafísicos” de Manuel García-Viñó,
por ejemplo, aunque sí me guste frecuentar a Carlos Rojas y un poco a Andrés
Bosch, que estaban en la misma empresa pero a los que veo más novelistas
que teóricos.
Pero, en fin, lo que dice Umbral me mosquea, porque
me gusta cómo escribe Rosa Chacel. No creo que ella, tampoco, escribiera
por hacer realidad una teoría, o al menos principalmente por eso. La tesis principal de Ortega, ya se sabe, es que, agotados los argumentos, hay
que potenciar la novela por medio de los otros ingredientes: personajes,
ambientes, estructura... Pero el argumento ha de quedar siempre ahí, como un
suelo que te permite hacer pie. La ausencia de argumento es lo que hace de En
busca del tiempo perdido una narración paralítica, como dice el autor en
una ocurrencia que es lo que más me gustó de todo el ensayo, como ya hice notar aquí.
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